Salud y tebeos

Salud y tebeos
Mantened los ojos bien abiertos.
(Winsor McCay)

sábado, 28 de febrero de 2015

Aniversario con Toppi

Hace ahora tres años empecé a leer tebeos más o menos asiduamente y a escribir al respecto. De hecho, si en mi primer post de este blog -que nació como un hilo en un foro generalista- declaraba no ser lector habitual de cómics, hoy no puedo decir lo mismo. Es por eso que hace un par de meses, no llega a tres, decidí ingresar en la blogosfera con este Mientras tanto, continuará, que no es más que la prolongación de aquel hilo.

En aquel momento no partía de la nada o desde cero. Simplemente, me había estado dedicando hasta entonces a otras cosas. Pero como no me canso de repetir, soy miembro nato de una generación que alimentó buena parte de su infancia y algo más leyendo tebeos. Y espero que este arte -el noveno- no desaparezca con nosotros, aunque se transforme cambiando el soporte de papel por los mapas de bits.

Lo fascinante para mí en este periodo ha sido simultanear el descubrimiento con la exposición; realizar la práctica de la lectoescritura; recuperar con tebeos la infancia.

He tenido la suerte, además, de culminar estos tres años con el conocimiento de Toppi, un hallazgo de arte mayor.


Sergio Toppi (1932-2012) pertenece a esa estirpe de grandes dibujantes europeos continentales nacidos en el segundo cuarto del siglo XX (Hugo Pratt, Jean Giraud/Moebius, Guido Crepax, Jacques Tardi...). En versión italiana, añadiríamos, si es que tuviera aún sentido establecer categorías entre los artistas en función de su nacionalidad; lo cual es discutible, al menos en la esfera de la tradición occidental, ya que las diferencias de estilo entre autores son más individuales, menos grupales, que las diferencias idiomáticas.

El hecho de que la obra de Sergio Toppi haya sido más re-conocida por círculos afectos a la praxis de la historieta (guionistas, dibujantes, críticos, entendus) que entre el público aficionado sin más puede ser debido a meras circunstancias de edición y distribución o a su ausencia. Los Giraud, Pratt, Crepax et al abundaron más entre nosotros, pero eso no quita que Toppi ocupe un lugar importante, me parece, entre los autores de cómic sobresalientes. El tiempo, como suele decirse, pone a todos en su sitio.

Lo que importa es la calidad del trabajo de Toppi. Una calidad que es bifronte, pues se aprecia tanto en su faceta como ilustrador cuanto en su faceta de historietista. Por decirlo de algún modo, Toppi es un autor que conjuga sabiamente el arte estático con el arte dinámico, el dibujo minucioso y preciso con un peculiar sentido del orden secuencial.


Por el lado de la ilustración, Toppi es un dibujante se diría que artesanal -en el sentido de meticuloso- a la vez que elegante. La riqueza visual de sus dibujos propone una caligrafía gráfica que invita a leer sus imágenes, sea que estas representen rostros, árboles, utensilios, tejidos, animales, montañas. Es también llamativa la sabia distribución del blanco y el negro que Toppi practica en sus dibujos, logrando una notable compensación y equilibrio de tonos. 


En lo que se refiere al aspecto dinámico del arte de Sergio Toppi, esto es, a su manera de practicar el orden secuencial en la confección de historietas, destaca su concepción de la página entendida como módulo narrativo, sin necesidad de cuadricularla mediante tiras de viñetas (splash page). Es esta una técnica que se emplea comúnmente en la primera plancha de muchísimos comic books e historietas, conformadas como novelas gráficas o no. Así, son antológicas las splash pages de Will Eisner encabezando sus relatos de The Spirit; si bien, en su etapa posterior como autor de graphic novels, Eisner recurrió a menudo a este tipo de página sin calles más allá de la plancha inicial. Es este un recurso estético que confiere a la narración un aspecto visual y significante novedoso y pleno.

Esta faceta experimental de la concepción de la página la hizo suya Toppi, como decimos, aplicándola en multitud de planchas de sus relatos. Es una marca particular de su estilo. 


Más que del realismo mágico, las historietas de Toppi participan de elementos tomados del cuento maravilloso. Cuando el lector se interna en el entramado gráfico y narrativo de sus páginas y clausura con atención el significado de lo que Toppi le cuenta, la sorpresa va seguida de un doble goce, intelectual y estético. Y este doble goce convierte al lector en un miembro más de la legión creciente de admiradores del maestro italiano. 

Un feliz aniversario con Toppi. 

domingo, 15 de febrero de 2015

Cautivo (Le Captivé). Más que un caso clínico

En 1886, Sigmund Freud leyó ante la Sociedad de Medicina de Viena un artículo en el que describía un caso de histeria masculina. Dicho artículo (titulado Observación de un caso severo de hemianestesia en un varón histérico) no fue muy bien recibido por el estamento académico oficial, pues la historia de la medicina venía considerando la histeria como un trastorno específicamente femenino. Sin embargo, la importancia de la observación de Freud fue crucial para el desarrollo de su propio trabajo, al permitirle universalizar los trastornos neuróticos entre varones y mujeres y con ello establecer unos años después su propia concepción del Psicoanálisis.

Freud presentó su caso en Viena (como complemento de una monografía suya que se ha perdido: Sobre la histeria en el hombre) tras volver de su estancia en París, donde conoció al doctor Jean-Martin Charcot y el trabajo de este en psicopatología, concretamente con mujeres histéricas en el hospital de la Pitié-Salpêtrière. Charcot practicaba la hipnosis para provocar convulsiones curativas a las enfermas de histeria, si bien realizando a la vez muy precisas observaciones clínicas. Este método que combinaba la clínica con la hipnosis fue seguido por Freud en su tratamiento de la histeria hasta 1896, año en el que el doctor austriaco abandonó la hipnosis en beneficio del método de asociación libre y con ello dio pie al establecimiento del Psicoanálisis.

Lo importante en todo esto es que se aceptaba que los trastornos neuróticos -y los histéricos entre ellos- tenían un fundamento psicológico desligado de referentes orgánicos. La base de dichos trastornos se encontraría, entonces, en conflictos psíquicos.

También en 1886, Hippolyte Bernheim publicó la primera edición de su obra De la suggestion et ses applications à la thérapeutique. Y fue en ese mismo año cuando, tras leer la obra de Bernheim, el doctorando Philippe Tissié, en busca de un tema para la tesis que le permitiese diplomarse en medicina, aplicó la hipnosis con el fin de curar a su paciente Albert Dadas. Tras comprobar unos resultados satisfactorios en el tratamiento de Dadas, Tissié publicó en 1887 su tesis, titulada Les aliénés voyageurs: essai médico-psychologique (reeditada en 2005 bajo el título Les Aliénés voyageurs, le cas Albert).

Finalmente, el canadiense Ian Hacking, filósofo e historiador de la ciencia, publicó en 1998 Mad Travelers: Reflections on the Reality of Transient Mental Illnesses. En este libro, Hacking se centra en el estudio de los "viajeros locos" -incluido el caso de Albert Dadas y su tratamiento por parte de Philippe Tissié- y muestra la dicotomía ya existente en aquella época a la hora de considerar el trastorno actualmente descrito como "fuguismo patológico", bien desde una base orgánica que lo emparentaría con la epilepsia, bien desde fundamentos psicológicos que lo acercarían a la histeria. Hacking describe, también, el modo en que Tissié optó por entender ese trastorno como una manifestación histérica.

Todos estos mimbres teóricos, intelectuales e históricos vertebran Cautivo (Le Captivé), el cómic de 2014 escrito por el francés Christophe Dabitch (n. 1968) y dibujado por el belga Christian Durieux (n. 1965).

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Pero hay algo más. Cautivo no es simplemente la descripción del caso clínico de Albert Dadas y de su tratamiento por Tissié. Si solo fuera eso, nos encontraríamos ante una mera ilustración, bien que hermosa, de un pequeño inciso de la historia de la medicina en su apartado de las psicopatologías. 

Una pista de la orientación que Dabitch y Durieux quieren dar a su obra nos la proporciona una cita que se encuentra -junto a otras de Montaigne y de W. G. Sebald, respectivamente- tomada del libro de Bruce Chatwin titulado ¿Qué hago yo aquí? (1989). La cita en cuestión es:

Las drogas son vehículos para personas que han olvidado cómo se camina. 

Lo que convierte a Cautivo en un cómic que trasciende la anécdota que narra, inscribiéndose con ello en el club de los tebeos interesantes, es la aparente voluntad de sus autores de mostrar, más que decir, ese espacio que escapa a la facticidad biológica y permanece regido por la ley del deseo. La toma de partido de Tissié por la consideración histérica del trastorno de Dadas es presentada por Dabitch y Durieux como una alternativa a los enfoques (acaso dominantes hoy en día en el entorno psi: psiquiatría, psicología y psicoterapia, no en psicoanálisis), según los cuales las diferencias psíquicas entre las personas han de tener referentes orgánicos, neurológicos, bioquímicos, localizables espacialmente y tratables mediante la farmacología.

La ironía como procedimiento de un mostrar o insinuar es uno de los recursos disponibles que caracterizan al cómic en cuanto cómic. Y hay un uso sutil de la ironía en Cautivo que da a entender que nos hallamos ante un cómic elaborado, bien pensado y bien realizado. Esa ironía se palpa en las páginas de Cautivo elaboradas a modo de encuesta en que un personaje del establishment se refiere al caso Dadas con un tal distanciamiento que lo convierte en eso, en irónico. Y es también la ironía que convierte en impagable esa viñeta de la página 95 en que vemos dibujados a los miembros de la academia médica escuchando el informe de Tissié cuando este dice:

Tenemos pues una categoría de pacientes que son prisioneros de una idea fija, como si esta creciera poco a poco en ellos hasta volverse imperiosa...

...de un modo tal que estas palabras de Tissié son puramente aplicables a los relamidos doctores.

Todos somos, o podemos ser, Albert Dadas en un momento dado. El escapismo, la huida, la fuga está en el horizonte de anhelos y de posibilidades reales de cada uno. Algunos realizan esa posibilidad. Y no hay una única manera de considerar sus acciones. 

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Una vez más, cabe recordar que son múltiples y variados los estratos de la fruición de una obra de arte. No es preciso para nada conocer el entramado intelectual, teórico e histórico que subyace en el planteamiento de Cautivo para disfrutar con su lectura y gozar con su contemplación. Se trata de un cómic. Inteligente y bello, a pesar del hieratismo que que en ocasiones se apodera de las figuras, especialmente de la de Tissié. Sus páginas nos recuerdan que entre el blanco y el negro hay una amplia gama de grises.

Cautivo, en fin, es otra muestra de las muchas posibilidades que encierra el cómic como lenguaje específico, como medio abierto que no se agota en sí mismo y como noveno arte.

sábado, 7 de febrero de 2015

Jacques Tardi y la música militar




A Jacques Tardi, como a Georges Brassens, no le gusta nada la música militar. Así se desprende al leer ¡Puta guerra! y Yo, René Tardi, prisionero de guerra en el Stalag IIB y al contemplar su impresionante alegato La guerra de las trincheras. Al igual que Brassens, también Tardi encarna en sí mismo y expone en sus obras el espíritu anarquista de quienes no tragan con los fantoches y mandos de las jerarquías impuestas.

Sin embargo, puede sorprender que Tardi insista tanto en el tema bélico: la guerra ocupa un lugar destacado en el conjunto de sus obras. Además de en los títulos citados, la guerra como escenario -específicamente la Primera Guerra Mundial- aparece en La flor en el fusil y en la serie de Adèle Blanc-Sec a partir de El secreto de la salamandra, en base a las peripecias, en ambos casos, del personaje Lucien Brindavoine. También la Grande Guerre es el marco de El soldado Varlot y de La última guerra, dos tebeos dibujados por Tardi sobre textos de Didier Daeninckx.

En cierto sentido, de hecho, poco aportan ¡Puta guerra! y Yo, René Tardi... al discurso o visión de Jacques Tardi sobre la guerra; tratándose, en la mejor de las opiniones, de buenas aportaciones literarias acompañadas de muy buenos dibujos (o al revés). Los cartuchos o cartelas de ¡Puta Guerra! son del propio Tardi, si bien esta obra cuenta con un apéndice documental e histórico escrito por Jean-Pierre Verney. En Yo, René Tardi..., por su parte, Jacques Tardi dibuja las memorias de su padre René, esta vez en el marco de la Segunda Guerra Mundial.


Podríamos decir que la aportación tebeística de Tardi en ¡Puta guerra! se limita a reproducir el estilo de las primeras épocas de la historia del cómic, en consonancia con el tiempo histórico que se narra, en las que las didascalias sustituían a los bocadillos (un estilo que Hal Foster mantuvo).

El aspecto conceptual y formal de Yo, René Tardi... está un poco más elaborado, pues en esta obra Jaques Tardi se dibuja a sí mismo siendo un chaval que acompaña a su padre en el Stalag y dialoga con él mediante bocadillos, si bien lo que predomina en todo caso es el texto y la voz del padre. Estilísticamente, el color y el dibujo de Yo, René Tardi... me recuerdan bastante a Calle de la Estación, 120, la novela de Léo Malet dibujada por Tardi y que empieza con el detective Nestor Burma prisionero precisamente en un Stalag durante la segunda guerra mundial.

Tampoco está de más señalar que el diseño de página tanto en La Guerra de las trincheras como en Yo, René Tardi..., así como en la mayor parte de ¡Puta Guerra!, es el mismo: tres anchas viñetas horizontales que dan juego para que Tardi recree profusamente la escena y permiten al lector visualizar en detalle los elementos que intervienen en la narración. Este diseño de página-tríptico está ausente en Agujero de obús, una historia gráfica de Tardi de 1983 que actualmente se edita como primera parte de La Guerra de las trincheras, obra esta que apareció como serie en la revista (À Suivre) entre 1982 y 1993. Hay, con todo, una unidad formal (el "estilo Tardi") en el tratamiento de la guerra por parte de este autor.


En un post anterior ( ver aquí ) yo apuntaba la hipótesis de que el interés de Tardi por la guerra responde a fijaciones que conectan con imagos procedentes de su infancia. De este modo, las dos guerras mundiales (aunque más la primera) taladrarían el imaginario de Tardi a la manera en que lo hacen los earworms o brainworms, esas melodías que obsesionan como ideas fijas y repetitivas la mente de un sujeto a cualquier hora del día o de la noche. En el caso de Tardi, su earworm particular procedería de la música militar. Y su manera de exorcizar esa obsesión, transmutándola en arte, sería a través de sus cómics. 

Pero en realidad no es eso lo que nos interesa, el "caso Tardi". Lo que importa es el magnífico legado antibélico, antipatriotero, antijerárquico... que Jacques Tardi nos va dejando en sus obras. 

(En el mismo post referido establecía yo una relación entre Tardi y Spiegelman a propósito de Yo, René Tardi... y Maus, respectivamente. Dejo pendiente el asunto, a la espera de que aparezca el segundo volumen de Yo, René Tardi. No siempre las comparaciones han de ser odiosas, especialmente cuando se trata de obras y autores complementarios.)



Es una suerte para todos nosotros que a Tardi, como a Brassens, no le guste la música militar. Aunque le obsesione a su espíritu de artista.