Salud y tebeos

Salud y tebeos
Mantened los ojos bien abiertos.
(Winsor McCay)

jueves, 24 de diciembre de 2015

Cosmicómic. El descubrimiento del Big Bang


En el universo científico hay una especie de hiato, una fisura que se da entre dos ámbitos de conocimiento. Por un lado están las ciencias formales: lógica y matemáticas. Por el otro, las ciencias factuales o empíricas, sean estas naturales (física, p. e.) o sociales (economía, p. e.). Las primeras tienen que ver con símbolos de ideas y esquemas de razonamiento. Las segundas, con hechos. La lógica y las matemáticas no estudian el mundo, lo que es el caso. Las ciencias empíricas sí. 

Este hiato lo señaló en el siglo XVIII David Hume. En  nuestros días está firmemente establecido desde que Wittgenstein arribó hace casi cien años a la conclusión de que las leyes de la lógica no son sino tautologías: su validez no depende de lo que sea o no el caso (son independientes de la experiencia). No obstante, la lógica y las matemáticas no son meros juegos lingüísticos. La revolución telemática, por ejemplo, es inseparable del desarrollo de ambas ciencias. 

Tanto Logicomix como Última lección en Gotinga son, con todas sus diferencias, tebeos que se inspiran en los ámbitos de las ciencias formales. Cosmicómic (2013), en cambio, se centra en unos hechos referidos al campo de la ciencia natural. Con guion de Amedeo Balbi y arte de Rossano Piccioni, Cosmicómic lleva un esclarecedor subtítulo en nuestro idioma: El descubrimiento del Big Bang.

No cabe duda de que los autores de Cosmicómic están influenciados por Logicomix. No lo digo solo por las fechas de publicación y por los títulos respectivos. En una y otra novela gráfica se narran sendos capítulos de la historia de la ciencia (formal en un caso, natural en el otro). Y los epílogos de Cosmicómic (biografías y notas finales) recuerdan claramente a los de Logicomix. Hay mayor densidad narrativa, con todo, en la novela dedicada a los lógicos, independientemente del mayor número de páginas que la llenan.


En cualquier caso, Cosmicómic es un buen tebeo que tiene además el valor añadido de informar sobre el hallazgo de la teoría cosmológica que encuentra más adeptos entre la comunidad científica actual. O acaso al revés, Cosmicómic es una aceptable divulgación de la teoría del Big Bang, a partir de sus artífices, que cuenta con el valor añadido de ser además un buen tebeo. 

En el apartado gráfico, yo destacaría la simplicidad del dibujo y el acierto en la elección de los colores, que en algunas páginas recuerdan a la era del Sputnik. 

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Pathos y matemáticas en lenguaje de cómic (Última lección en Gotinga)


Al leer Última lección en Gotinga (2009), de Davide Osenda (n. 1972), me acordé de Logicomix (2008) [aquí] y de la frase que dice Apostolos Doxiadis, uno de los autores de esa novela gráfica, representado como sí mismo en el libro:
«"Las matemáticas y los cómics son como aceite y agua"... ...¡Nunca se mezclan!» (p. 202)
Y de hecho, las matemáticas tienen en Logicomix una importancia indirecta, supeditada a la lógica (el título de la charla de Bertrand Russell que guía la narración de este cómic es: "El papel de la lógica en los asuntos humanos"). Aun así, lo que predomina en Logicomix es una sucesión de acontecimientos, personajes, ambientaciones y diálogos que conforman una narración novelesca. 

Sin embargo, Última lección en Gotinga es un tebeo que sí se centra en las matemáticas y, en concreto, en la representación de un problema matemático, el del infinito expresado a través de la hipótesis del continuo.


Pero esta Última lección... no es meramente la ilustración para legos de un problema matemático. Es un cómic. Davide Osenda utiliza el lenguaje de la narrativa secuencial, bellamente por cierto, para exponer el problema del infinito cantoriano. Y lo hace de un modo tal, que la cuestión de los transfinitos se imbrica en un instante de la historia del antisemitismo (en la Alemania nazi) y en otras circunstancias concernientes a los dos protagonistas de este relato, el profesor y el oyente. Es un pathos matemático -ante el problema del infinito-, entonces, lo que Osenda nos muestra con la excusa argumental de una lección de pizarra, la cual deviene finalmente en la exposición de un auténtico pathos existencial. Todo ello, ya digo, en lenguaje de cómic. 

Hay un aforismo de Ludwig Wittgenstein en su Tractatus Logico-Philosophicus (1918, 1921) que dice así:
«4.014 El disco gramofónico, el pensamiento musical, la notación musical, las ondas sonoras, están todos, unos respecto de otros, en aquella interna relación figurativa que se mantiene entre lenguaje y mundo.

A todo esto es común la estructura lógica.

(Como en la fábula, los dos jóvenes, sus dos caballos y sus lirios son todos, en cierto sentido, la misma cosa.)»
De algún modo, este aforismo subyace no solo al sentido, sino también a la forma de Última lección en Gotinga. Una forma caracterizada, hay que decirlo, mediante un dominio de la acuarela por parte de Osenda que transmite también algo así como un pathos estético (junto al matemático y al existencial).

Y hablando de estética, acabaré esta entrada copiando aquí el § 67 de la Monadología (1714, 1840) de Leibniz. El parágrafo describe la cuestión de los transfinitos poéticamente, un poco a la manera en que lo haría un artista gráfico como Davide Osenda:
«Cada porción de materia puede ser concebida como un jardín de plantas o como un estanque lleno de peces; pero cada rama de planta, cada miembro de animal y cada gota de sus humores es también un jardín o un estanque de la misma clase.»
Una grata lección.


jueves, 17 de diciembre de 2015

"La casa", de Paco Roca. En el nombre del padre

También es casualidad que dos grandes autores valencianos de tebeo acaben de publicar sendos libros casi simultáneamente y con el mismo título: La casa. Me refiero a Daniel Torres y a Paco Roca. La diferencia específica en el título la aporta el subtítulo de la obra de Torres: Crónica de una conquista. Por lo demás, el resto de diferencias entre ambas Casas es tan evidente que resulta hasta ocioso el enumerarlas.

Hay empero un par de coincidencias al menos que unen La casa de Roca y La casa de Torres, escritas como están ambas obras con un dominio autoral del lenguaje del cómic. La representación del paso del tiempo es una de esas coincidencias. La otra, la consideración de 'la casa' como algo más que un cobijo frente a la intemperie.


En el caso -en La casa- de Roca, el tiempo que fluye es el particular, biográfico. Y no solo el del autor. Como ya ocurriera con Arrugas, Paco Roca tiene el don de conectar en La casa con la intimidad de un buen número de lectores.

[En general, Paco Roca es un historietista accesible, que gusta, que llega a un público amplio. (Salvando las distancias que cada arte impone y otras, a mí el fenómeno Paco Roca me recuerda un poco al fenómeno Joaquín Sorolla -otro valenciano-... en lo que a su popularidad se refiere y en el modo en que ambos autores, sin renunciar a su arte, consiguen cuando exponen con brillantez lo que quieren agradando a la vez.) De alguna manera, Paco Roca describe cosas de las que les pasan a las gentes, situaciones comunes, compartidas. Unas veces trata una experiencia histórica, como en Los surcos del azar y El invierno del dibujante. Otras veces, la experiencia es más privada, como en Arrugas y La casa. Pero siempre, de un modo u otro, el autor apela a una experiencia colectiva, como dando a entender que no estamos solos ni vivimos aislados (comentario aparte merece El juego lúgubre).]

La intimidad que Paco Roca comparte con el lector en La casa tiene que ver con la llamada clase media española de hace unas décadas, la de la segunda vivienda y el cochecito, en cuyas familias el padre ocupaba una centralidad incuestionable o prácticamente indiscutida. Es bien conocido el análisis sociológico de esta clase media local, pero lo que hace Paco Roca en su nuevo tebeo no es mera sociología. Nos cuenta una historia emotiva, privada, por más que devenga en una conocida historia pública. La memoria individual es una versión particular, única, de la historia colectiva.

Un montón de circunstancias que aparecen en La casa serán reconocibles por el lector. Pero el papel que la figura paterna desempeña en la obra destaca sobre lo demás. Roca rinde homenaje no solo a su padre, sino con ello a toda una generación de padres. Homenaje que resulta de un ajuste de cuentas previo. A diferencia de lo que hemos ido viendo en este blog respecto a otros títulos, el padre no es representado o evocado por Roca desde la experiencia de la guerra paterna. O bueno, si se quiere, lo es desde esa otra guerra que es vivir sin desfallecer sobrellevando los trabajos y los días.

La invisibilidad de la madre, por otra parte, es tan llamativa en La casa de Roca como lo es la de la madre de Riad Sattouf en El árabe del futuro I, una obra también dedicada a la figura parterna desde la perspectiva del hijo. Otro suele ser el resultado cuando quien evoca al padre es hija.

Volveremos sobre ello.


El formato apaisado de La casa encaja perfectamente con la composición y el colorido de sus páginas. Favorece la contemplación. En ocasiones, el lector puede sentir al hojear este libro que está revisando el cuaderno de un pintor impresionista. Así de bello es. A veces se vislumbra El sol del membrillo

De momento, lo dejamos aquí. 


lunes, 7 de diciembre de 2015

"La casa", de Daniel Torres. Tebeo por los cuatro costados


A mí me parece que quienes conocen las aventuras de Roco Vargas-Armando Mistral, Rubén Plata, Opium y compañía re-conocerán sin duda el arte de Daniel Torres cuando lean y contemplen La casa. Crónica de una conquista. Y no lo digo solo por la brillantez con que la arquitectura y el interiorismo amueblan muchas de las viñetas de aquellas historietas de Torres, aunque también. Siendo La casa, como es, una exposición de la historia 
de la vivienda contada a través de historietas, conforme se avanza en el libro y se llega al siglo veinte se da cuenta 
el lector de que el autor de Roco Vargas y demás y el de La casa no puede ser otro que el  mismo. 

La elegancia visual y narrativa es una constante común a los autores de lo que se dio en llamar Nueva Escuela Valenciana, sea esta una escuela o un simple grupo generacional. Es la elegancia en particular de Daniel Torres, de Sento Llobell y de Mique Beltrán, la cual se sobrepone a la materia o asunto tratado en cada uno de sus cómics.

Otra marca que identifica a estos autores, lo veíamos al comentar Un médico novato y Atrapado en Belchite, de Sento, es la importancia que ha tenido el tebeo tradicional (junto al cine) en la formación estilística y sentimental de este grupo. Centrándome en la obra que nos ocupa ahora, es puro tebeo lo que destilan las páginas de La casa. Daniel Torres tuvo y retuvo el lenguaje del cómic. Y ahí está esto, La casa, para corroborarlo.


Ya sé que habrá quien opine que La casa no es un cómic. O que su lugar natural está en las bibliotecas públicas y en los centros educativos, por su valor didáctico. No se trata en realidad de dos objeciones distintas. En ambas subyace un mismo a priori -limitado y estrecho- acerca de qué es un cómic y qué no lo es. Una suerte de esencialismo visual y narrativo incapaz de apreciar que el cómic es un medio secuencial inclusivo, en el que caben manifestaciones tan diversas como las que se encuentran, por no citar a nadie, en cualquier tienda de tebeos. Baste recordar, a propósito, cómo eran las primeras revistas ilustradas y el antiguo tebeo, con sus misceláneas, biografías y "de todo un poco". Sin entrar aquí en mayores disquisiciones, se me ocurre que otro criterio (extensional también) para decidir si La casa es un cómic sería comprobar si esta obra es admitida para optar al Premio Nacional correspondiente, en el caso de que fuera como tal presentada a concurso. Yo pienso que sí lo sería. 


Antes que defender la condición de tebeo de La casa, mi intención en este post era otra. Pensaba destacar el arte de Daniel Torres señalando algunas cosas, como por ejemplo lo bien que ilumina sus páginas. O lo bien concebidos que están el conjunto y cada parte de la obra. Esta se compone, en efecto, de capítulos sucesivos, cada uno de los cuales narra mediante texto, ilustración e historieta un momento decisivo en la concepción, desarrollo y consolidación de la vivienda a través de la historia de la humanidad de Occidente. Mucha tela para cortar. Y mucho arte el logrado por Torres. Cada uno de los capítulos tiene tratamiento y factura específicos. Y son, en la mayoría de los casos, sorprendentes. Torres domina el arte de la historieta y así lo demuestra. Hasta el punto de que es este, La casa, un cómic de cómics, esto es, una larga historieta integrada por veintiséis historietas diferentes, una por capítulo. Que sea uno de los rostros de la Historia, en fin, lo que a la postre se muestra en el libro no es sino el resultado del arte y del buen hacer de Daniel Torres. 


Crónica de una conquista es el subtítulo de La casa. La conquista, veo yo, de un derecho. O mejor, de un conjunto de derechos que se plasman en algo tan íntimo y social a la vez como es la vivienda que cada uno ocupa y a todos ocupa. 

Muchos son los motivos que ofrece esta crónica gráfica. Por presencia o por ausencia. El sonido que emite el rumor de los desarraigados es uno de ellos.