Salud y tebeos

Salud y tebeos
Mantened los ojos bien abiertos.
(Winsor McCay)

domingo, 20 de noviembre de 2016

El sol de 'Paracuellos', el sol de 'Pies descalzos'

Leyendo Hombres del mañana se me ocurre que el sol de Carlos Giménez en Paracuellos:



es el mismo que el de Keiji Nakazawa en Pies descalzos:



Es en ambos casos el sol inclemente de la brutalidad. Y cumple una función parecida en los relatos de los dos autores.

El sol mesetario de los falangistas Hogares de Auxilio Social es igual que el sol de la devastada Hiroshima, en efecto, no solo en el sentido trivial de que el Sol es el mismo astro en Oriente y en Occidente. El caso es que aunque Giménez y Nakazawa utilizan el sol en sus tebeos como viñetas de transición, lo emplean también como un sugerente recurso gráfico.

Pues es también un sol que ilumina y alienta.





















Son varias las similitudes presentes al cotejar ParacuellosPies descalzos. Sus respectivos autores, Carlos Giménez (n. 1941) y Keiji Nakazawa (1939-2012), son dos historietistas de la primera generación de postguerra, surgida en las inmediaciones de la guerra del 36-39 y de la II GM. Es la generación, no paramos de decirlo, que reaccionó al horror bélico y postbélico mediante una muy seria renovación de las artes y, correlativamente, de las percepciones y comportamientos sociales (o al revés). El cómic, como el rock and roll y demás formas pop, fue la respuesta al horror de aquellos niños de guerra y postguerra. Y es innegable que entre lo mejor de estas formas a que aludo se encuentra ese anhelo de entusiasmo y de vida que resume la fórmula de John Lennon (otro niño de la guerra): Dale una oportunidad a la paz.


Nakazawa sobrevivió a La Bomba y creó un relato que a pesar de su crudeza conmueve sin caer en el sentimentalismo. Exactamente igual que Giménez, que sobrevivió a su dura experiencia en el primer franquismo y ha sabido convertir sus vivencias en uno de los hitos de la historia del tebeo, también conmoviendo y con una emoción que es ajena a la vacuidad de los sentimientos enfáticos.

Hay también similitudes gráficas entre el arte de Giménez y el de Nakazawa. Se perciben parecidos respecto al trazo, el dibujo, la línea, la gestualidad de los personajes...

He intentado sintetizar los parecidos artísticos y morales entre ambos autores, en fin, mediante la figura del Sol, que es el mismo a fin de cuentas para todos. 


lunes, 14 de noviembre de 2016

El Persa y sus dimensiones



Me apetece escribir sobre El Persa. No lo conocí personalmente, era varios años mayor que yo; sin embargo, sí tuve noticia de él. Conservo también cierto conocimiento directo o por familiaridad de una parte de su universo y de su obra. El Persa me resulta cercano.

José Cardona (1943-2012) nació en Valencia. Su padre, oriundo de Xàbia, montó una pastelería en la valenciana calle de Borrull y fue allí donde el artista vino al mundo y se crió. Eran años de postguerra y escasez. Era época también de recortables y de tebeos. Y de novelitas baratas. Sobre esto de la cultura popular de papel, justo al lado del negocio familiar de los Cardona había una paraeta, un kiosco o tienda al por menor que proveía a los niños y niñas del barrio y a más de un adulto. José Cardona pasó muchas horas de su infancia así, entre el horno, la paraeta, los tebeos y los recortables. (La afición infantil por las chucherías y los juguetitos de plástico llegaría tras su niñez, en la época ya de la tele y el olvido de la mesa camilla y el brasero.) En edad muy temprana se manifestó en aquel niño una facilidad para el dibujo y la figuración. Esa facilidad le ayudó de por vida. 


Cuando José Cardona contaba más o menos diecisiete años de edad, Alfonso Belmonte, un profesor que preparaba el ingreso del joven a la Facultad de Arquitectura de Barcelona (pues en Valencia no existía aún tal Escuela) le puso el apodo que José adoptó hasta el final: El Persa. Abandonó la carrera antes de licenciarse. Bajo la firma El Persa eligió otro camino, si bien conservó y cultivó siempre sus capacidades para la arquitectura, entendida por él como el arte de jugar con las tres dimensiones y acaso la cuarta.

Dos libros de la editorial Media Vaca se centran en su figura y su obra. Uno de ellos es El Persa. Ese desconocido (2007). El otro, El Persa. Sólo Para Amigos (2013). Son dos fuentes complementarias -documentadas y bellas- para acceder a la vida, el trabajo y el entorno de José Cardona.


El Persa perteneció a la primera generación de postguerra, surgida en las cercanías (casi antes, durante o después) de dos guerras, tanto la del 36-39 como la II GM. Fue una generación que reaccionó ante la sordidez (del franquismo, de la guerra fría) de diferentes maneras; unas reivindicativas -defensa de los derechos civiles, "irse de casa", mayo francés, antifranquismo-, otras imaginativas -nuevas formas de relacionarse con el mundo, novedoso desarrollo de las artes populares, plásticas y musicales-. El Persa eligió la vía de la ilustración, el cómic, los cromos ... y sobre todo los recortables (la llamada "prensa efímera"). Fue único en este aspecto. Concibió el recortable como un arte multidimensional.


El valor de El Persa no se limita solo a la calidad de sus obras. Estriba también en la concepción que él tuvo de su trabajo como propio del "artista medio", en la integración de su vida en consonancia con ese trabajo, en el mantenimiento del mismo hasta el fin de sus días. 

Esta reivindicación del artista medio es valiosa. En un mundo necio ("Todo necio confunde valor y precio", escribió A. Machado), un mundo que solo entiende el arte ligado al éxito o peor, a la fama, y en el que la palabra loser (perdedor) se aplica a todo aquel que no triunfa de inmediato y gana mucho dinero, en un mundo así, resaltar el papel del artista medio es hacerle un servicio a la inmensa comunidad de artistas voluntariosos, muchas veces desconocidos, que mantienen su actividad independientemente de que puedan vivir de ella. En última instancia, la actitud vital de El Persa le hizo un gran servicio al arte. Y si no pareciera demasiado pretencioso o infatuado, diría que también a la humanidad. 



El Persa, en fin. A tener en cuenta. 


sábado, 12 de noviembre de 2016

Pseudociencia. El alcance político de la superchería



Si la comunidad científica es un paradigma de comunidad democrática, cuando en democracia accede al poder una élite de dirigentes que presumen de mantener opiniones pseudociéntíficas se evidencia el fracaso no solo de la ciencia, sino también de la democracia.

[En tiempos convulsos es malo abandonar la razón sensata, avalada por la experiencia; tal vez al revés, es el abandono de la razón sensata, avalada por la experiencia, lo que facilita la emergencia de tiempos convulsos.]

La insistencia repetida en que todas las opiniones son respetables y valiosas, aunque sean irracionales y anticientíficas, trae consigo situaciones absurdas... en el mejor de los casos. Pero siendo el poder y sus relaciones lo determinante en primera y en última instancia, las creencias infundadas dejan de ser meramente absurdas cuando son respaldadas por altos cargos de la jerarquía social. En ese caso, las afirmaciones pseudocientíficas devienen peligrosas si se emplean para justificar actuaciones de barbarie. No habrá que dejar de insistir, entonces, en que lo verdaderamente respetable no son todas las opiniones, sino más bien todas las personas y la vida en todas sus manifestaciones. 




En momentos como el actual es procedente traer a colación en este blog Pseudociencia, cuyo subtítulo es Mentiras, fraudes y otros timos. Se trata de un cómic de 2012 escrito y dibujado por Darryl Cunningham (n. 1960) y publicado entre nosotros hace tres años. Igual que otros títulos comentados aquí como Logicomix, Cosmicómic, Neurocómic y Última lección en Gotinga, el libro de Cunningham se integra en ese lote de tebeos que combinan el arte del cómic con la voluntad de divulgación científica. En un sentido más amplio, Pseudociencia pertenece al grupo de cómics de no ficción que, sin tratar necesariamente cuestiones científicas, presentan un discurso temático imbuido de racionalidad al servicio de la información y el conocimiento. Pienso en títulos como La guerra civil españolaLa voz que no cesa, Olympe de Gouges y otras tantas biografías en cómic; los reportajes y crónicas de Joe Sacco; la trilogía metahistorietística de Scott McCloud (el cual, por cierto, es citado en el capítulo de agradecimientos de Pseudociencia). Lo que convierte a estos libros de no ficción en auténticos tebeos es que en ellos las imágenes no son simples ilustraciones de lo que se escribe y viceversa, los textos no son comentarios sin más de lo que ilustran las imágenes. Hay en estos cómics una narratividad lograda a través de elementos verbales e icónicos sabiamente conjugados. 

Sin embargo, en estos tiempos convulsos Pseudociencia adquiere relevancia debido a las nefastas consecuencias políticas que conlleva el abandono de esa síntesis de razón y experiencia que caracteriza a la ciencia y que es también constitutiva de la auténtica democracia. 


Terapia electroconvulsiva, Homeopatía, Movimiento antivacunas, Negación del cambio climático, Quiropraxis, Fracking, Antievolucionismo, Antialunizaje, todos ellos ítems exponentes de la Negación científica, son prácticas irracionales cuando no falsarias analizadas por Cunningham en Pseudociencia. Destaca sobre todo la actitud escéptica y crítica -motor de la ciencia- que exhibe el autor, junto a un cierto optimismo suyo que anima: 
"Sin embargo el poder de la industria tiene sus límites como bien saben las empresas tabaqueras... La verdad siempre termina saliendo a flote. Nadie puede mantener una mentira indefinidamente." 



El mismo autor de Pseudociencia, Darryl Cunningham, publicó en 2015 un cómic titulado The Age of Selfishness (La edad -o la era- del egoísmo), todavía no traducido aquí que yo sepa. Es una biografía de Ayn Rand, una pseudofilósofa y escritora del siglo veinte que influyó sobremanera en las clases medias y altas de EE UU. Su ideología es un cóctel que justifica el giro iniciado en la era de Ronald Reagan y Margaret Thatcher a comienzos de los ochenta pasados y ha desembocado, de momento, en la recién inaugurada era de Donald Trump. 

Cunningham demuestra con su trabajo que las afirmaciones gratuitas, pesudocientíficas, pseudofilosóficas, falsarias al cabo, pueden servir para sustentar posiciones políticas que instaladas en el poder son peligrosas por su ausencia de compromiso social. Me quedo con la actitud y el hacer de este autor. Me quedo con su optimismo inspirado en la seguridad que proporciona el conocimiento. 


domingo, 6 de noviembre de 2016

El color púrpura. Avery's Blues y el sonido del delta


Uno de los aciertos de Núria Tamarit en la parte gráfica (el arte) de Avery's Blues es el color que predomina en su paleta. Viene a ser, en mi retina, el color púrpura.

Aparentemente las páginas de este tebeo transmiten otra tonalidad. Pero a poco que uno se fije, verá que lo que Núria Tamarit realiza en Avery's Blues es vestir una historia con el color que corresponde al lugar, a los personajes, a la acción, a la luz que ilumina lo que se narra en este cómic. 

El color púrpura es una película de Steven Spielberg de 1985. Está basada en una novela homónima de Alice Walker, premiada con el Pulitzer en 1983. Quien conozca la película, la novela o ambas, sabrá a qué se refiere la expresión "El color púrpura".



No podemos quitarnos de encima a Robert Crumb, cosa que por cierto a mí no me importa. Las sombra de Crumb (alargada o no) o mejor, su luz, se percibe en ciertas muestras del tebeo contemporáneo. Una de las facetas del dibujante de Filadelfia remite a su afición por "The Old Music", la música popular estadounidense del primer tercio del siglo veinte. Conocemos la manía de Crumb por coleccionar viejos discos de 78 r. p. m. Son varias también las ilustraciones, portadas de discos, carteles e historietas de Crumb que documentan su pasión por el blues, por el jazz, por el country... (La historieta de 1984 dedicada a la vida de Charley Patton es un buen ejemplo del interés de R. Crumb por el "delta blues".) 

Avery's Blues participa de uno de los universos crumbianos. Y no lo digo solo por su banda sonora.

Imagen de "Patton", de Crumb


Pero bueno, por encima o por debajo (por donde sea) de todo esto, Avery's Blues cuenta una historia. Una buena historia. El temor que está de moda a los spoilers nos impide comentar con detalle el guion de Angux (Juan Manuel Anguas, n. 1975). Podemos con todo decir que en Avery's Blues Angux compone un relato que sorprende por su compleja esencialidad. Con escasos elementos poco menos que ancestrales y altamente narrativos, Angux recrea una historia inmortal referida a la historia del blues y a uno de sus mitos fundacionales. Hay que leerla para saber de qué va, pero no defrauda.

En Avery's Blues, el arte de Núria Tamarit y el guion de Angux se hilemorfizan, forman una unión sustancial. El mismo tebeo es una suerte de blues dibujado y narrado. Eso sí, el sonido de la música lo debe poner el lector. 

Es altamente recomendable este Avery's Blues